Hay un cuadro de Stanley Spencer en la Galería Tate, un retrato en el que Spencer y su esposa, ambos ya cuarentones, aparecen desnudos. Es la quintaesencia de la franqueza acerca de la cohabitación, de los sexos que viven juntos a lo largo del tiempo. (...) Spencer está sentado, acuclillado, junto a su mujer recostada. La mira pensativa desde cerca de través de las gafas de montura metálica. Nosotros, a la vez, los miramos de cerca: dos cuerpos desnudos ante nuestras narices, la mejor manera de que veamos que ya no son jóvenes y atractivos. Ninguno de los dos es feliz. Un denso pasado se aferra al presente. Para la esposa, en especial, todo ha empezado a aflojarse, a engrosar, y peores asperezas que la piel estriada están aún por llegar.
En el borde de una mesa, en primer plano del cuadro, hay dos pedazos de carne: una gran pierna de cordero y una sola y pequeña chuleta. La carne cruda está representada con una minuciosidad fisiológica, con la misma franqueza nada caritativa que los senos caidos y la polla flácida, expuestos a sólo unos centímetros del alimento sin cocinar. Es como si estuvieses mirando a través del escaparate de la carnicería, no sólo la carne sino también la anatomía sexual del matrimonio.
Philip Roth | O animal agonizante