24.2.21

Un ensayo

1976

Nuestra época agrícola, característicamente capitalista, considera la producción de alimentos como un negocio con el estricto propósito de generar ganancias en la economia del mercado. Desde este punto de vista, la tierra es una mercancía enajenable llamada "bienes raíces", el suelo un "recurso natural", y los alimentos un valor de cambio que es comprado y vendido impersonalmente a través de un medio llamado "dinero". De hecho, la agricultura es tan rama de la industria como la siderurgia y la producción de automóviles. En la medida en que la producción de alimentos es afectada por factores no industriales, como los cambios de clima y de estación, carece de la precisión que caracteriza a las operaciones verdaderamente "racionales" y administradas científicamente. Y para que estos factores naturales no se escapen de la manipulación burguesa, son también objeto de especulación en mercados futuros y entre los intermediarios en el camino del terreno agrícola hasta la venta al menudeo. En este terreno impersonal de la producción de alimentos no es sorprendente que un "campesino" resulte ser a menudo un piloto aviador que riega cultivos con pesticidas, un químico que trata el suelo como un depósito sin vida de compuestos inorgánicos, un operador de enormes máquinas agrícolas que sabe más de motores que de botánica y, los que es, tal vez, más decisivo, un financiero cuyo conocimiento de la tierra puede estar por debajo del de un taxista. A su vez, los alimentos le llegan al consumidor dentro de recipientes y bajo formas tan modificadas y desnaturalizadas que apenas se parecen al original. En el resplandeciente supermercado moderno el comprador camina como entre sueños a través de un espectáculo de materiales empacados en los que dibujos de plantas, carnes y productos lácteos reemplazan a las formas vivas de las cuales se derivan. El fetichismo toma la forma del objeto real. Aquí la relación del individuo con una de las experiencias naturales más íntimas, la del sustento indispensable para la vida, está divorciada de sus raíces en la totalidad de la naturaleza. Las verduras, la fruta, los cereales, los lácteos y la carne pierden su identidad como realidades orgánicas y suelen adquirir el nombre de la compañia que los produce. El "Bovril" y el "pollo Kentucky" ya no transmiten la más leve idea de que una criatura viva fue dolorsamente pasada a cuchillo para suministrarle ese alimento al consumidor.

Hasta 1965 la agronomía norteamericana veía, generalmente, el suelo como un medio en el que los organismos vivos no tenían nada que ver con el manejo químico de la producción de alimentos. Después de haber saturado el suelo con nitratos, insecticidas, herbicidas y una cantidad aterradora de compuestos tóxicos, somos ahora víctimas de un nuevo tipo de contaminación que bien podría llamarse "contaminación del suelo". Éstas toxinas son especies ocultas en nuestra comida, espectros invisibles que regresan a nosotros como productos residuales de nuestra actitud explotadora ante el mundo natural. De una manera no menos importante, hemos dañado gravemente el suelo de las grandes zonas de la tierra y lo hemos reducido a la imagen simplificada del punto de vista cientificista moderno. La vida animal y vegeal, tan necesaria para el desarrollo de un suelo nutritivo y friable, queda sufocada y en muchos lugares se parece mucho a la esterilidad de la arena empobrecida del desierto.

Lo que marca de modo característico la mentalidad burguesa es la degradación del arte, los valores y la racionalidad a simples herramientas.

Un acercamiento radical a la agricultura se propone trascender el acercamiento instrumental actual que considera la producción de alimentos simplemente como una "técnica humana" en oposición a los "recursos naturales". Este acercamiento radical es literalmente ecológico bien en el sentido estricto: la tierra es considerada un oikos, un hogar. La tierra no es ni "recurso" ni "herramienta", sino el oikos de millones de tipos de bacterias, hongos, insectos, lombrices y mamíferos pequeños. La caza deja este oikos fundamentalmente inalterable; la agricultura, en cambio, lo afecta profundamente y hace de la humanidad una parte integral del mismo. Los seres humanos ya no afectan al suelo de manera indirecta, intervienen en sus redes alimenticias y en sus ciclos bioquímicos de manera directa e inmediata.

Pero hay que llegar a la Era Capitalista moderna para ver al hombre y a la naturaleza separados casi como enemigos, y para que el "domínio" del hombre sobre el mundo natural tome la forma de un dominio rudo, y no sólo de clarificación jerárquica.

La ruptura de los últimos restos de lazos sociales que en un tiempo unieron a los miembros de los clanes o de los gremios, y a la fraternidad de la polis en un núcleo de ayuda mutua; la reducción de cada ser humano a un comprador o vendedor en posición de antagonistas; la regla de competencia y egoísmo en cada porción de la vida económica y social, todo esto disuelve por completo el sentido de comunidad, ya sea con la naturaleza o con la sociedad. La suposición tradicional de que la comunidad es el sitio auténtico de la vida se desvanece tan completamente de la conciencia humana que deja de tener importancia en la condición humana. El nuevo punto de partida para formar una nueva concepción de la sociedad o de la psique es el hombre aislado, atomizado, valiéndose por sí solo en la jungla de la competencia. Las consecuencias desastrosas de esta manera de ver la naturaleza y la sociedad son bastante evidentes en el mundo de antagonismos sociales explosivos, de simplificación ecológica y de contaminación cada vez más extensa.

La agricultura radical trata de restaurar a la humanidad su sentido de comunidad. Primero, dando pleno reconocimiento al suelo como ecosistema, como comunidad biótica; y segundo, viendo a la agricultura como la actividad de una comunidad humana natural, una sociedad y una cultura rurales. En verdad, la agricultura se vuelve la interfase práctica y diaria entre el suelo y las comunidades humanas se vuelve el medio que les hace encontrarse y mezclarse. Tal encuentro y tal mezcla implican varios presupuestos clave. El más obvio de ellos es que la humanidad es parte del mundo natural y no está por encima de él como "dominadora" o "dueña". Innegablemente, la consciencia humana es única en alcance y penetrción, pero la unicidad no garantiza dominación ni explotación. En este sentido, la agricultura radical acepta el precepto ecológico de que la variedad no deve estar estructurada sobre pautas jerárquicas. Las cosas y relaciones que benefician patentemente la biosfera deben ser evaluadas por sí mismas, cada una por sí como contribuyente al todo, y no una encima o debajo de otra, ni fácil presa para el dominio.

La variedad, tanto en la sociedad como en la agricultura, lejos de ser constreñida, debe ser elevada a un valor positivo. Ahora no es demasiado familiar el hecho de que cuanto más simplificado esté un ecosistema y, en agricultura, cuanto más limitada sea la variedad de especies dosmesticadas involucradas, mayor es la posibilidad de que el escosistema se destruya. Cuanto más complejas sean las redes alimenticias, mayor será la estabilidad de la estructura biótica. 

Por ende, el agricultor radical ve la agricultura no sólo como una ciencia, sino también como un arte.

El "ambientalismo" ve al mundo natural simplemente como un hábitat que debe ser manejado por contaminación mínima para satisfacer las "necesidades" de la sociedad, por irracionales o sintéticas que puedan ser esas necesidades. La visión verdaderamente ecológica, por el contrario, ve el mundo biótico como una unidad englobadora de la que es parte la humanidad.

El capitalismo moderno es inherentemente anti-ecológico: la relación básica que lo constituye (la relación comprador-vendedor) arroja al individuo contra el individuo y, a mayor escala, a la humanidad contra la naturaleza, la ley de vida del capital, de expansión infinita, de la "producción por la producción", del "consumo por el consumo", hace de al dominación y explotación de la naturaleza el "sumo bien" de la vida social y de la auto-realización humana.

La agricultura radical es, esencialmente, libertaria por su insistencia en la comunidad y el mutualismo más que en la competencia, insistencia que deriva de los escritos de Kropotkin y de William Morris.

El capitalismo no había borrado tan completamente el legado de la humanidad que no quedaran pruebas de la diversidad en los barrios, en los modos de vida, en la personalidad, en la arquitectura e incluso en la sociedad pueblerina. Predador como era, el nuevo sistema industrial no había eliminado tan totalmente la escala humana que dejara al individuo completamente anónimo y enajenado; ahora, en cambio, estamos obligados a ocupar zonas casi rurales, que se han urbanizado básicamente, y quedamos recudicos a cifras anónimas en un aparato burocrático tambaleante que carece de personalidad, de relevancia humana y de comprension individual. Nuestras ciudades pueden compararse con las naciones-estado del siglo pasado en población, si no en tamaño físico. La escala humana ha sido reemplazada por la escala inhumana. Si apenas podemos abarcar nuestras propias vidas, mucho menos podemos manejar la sociedad o nuestros alrededores inmediatos. Nuestra integridad misma depende de que realicemos la visión que los utopistas y los libertários radicales exponían hace un siglo. En este punto estamos luchando no sólo por un mejor modo de vida sino por nuestra supervivencia misma.

La agricultura radical ofrece una respuesta sólida, para esta situación desesperada, en términos no de un vuelo fantástico a un refugio agrario remoto, sino de una recolonización sistemática de la tierra, según pautas ecológicas. Las ciudades deben ser descentralizadas, lo que no es ya una fantasía utópica, sino una necesidad visible que empiezan a reconocer incluso lo planeadores urbanos, y deben establecerse nueva eco-comunidades que se ajusten artisticamente a los ecosistemas en que se localicen. Estas eco-comunidades deben ser a escala humana, para permitir tanto la mayor autogestión posible como la comprensión personal de la situación social. No debe haber aquí ninguna administración burocrática, manipuladora y centralizada, sino un sistema voluntarista en el que la economía, la sociedade y la ecología de una zona sean administradas por la comunidad en su conjunto, y la distribución de los medios de vida quede determinada por necesidad y no por trabajo, ganancia o acumulación.

Pero la agricultura radical lleva esta tradición más lejos, hasta el seno mismo de la tecnologia. En el pensamiento social contemporáneo, la tecnologia tiende a polarizarse en formas altamente centralizadas de labor extensiva por una parte y en formas descentralizadas y artesanales de labor intensiva por otra. La agricultura radical avanza por el término medio que establece una ecotecnologia: se aprovecha de la tendencia hacia la miniaturización y la versatilidad, la producción de calidad y una conbinación equilibrada de manufactura de masa y de artesanías. Porque, al lado de la tecnología masiva altamente especializada que usa fósiles como combustible, estamos empezando a ver el nacimiento de una nueva tecnologia que se presta al despliegue local de muchas fuentes de energía en una escala pequeña (eólica, solar y geotérmica); una tecnologia que proporciona una mayor amplitud en el uso de maquinaria pequeña de uso múltiple y que puede, fácilmente darnos los bienes semiacabados de alta calidad para que nosotros, como individuos, decidamos terminar según nuestros gustos. Las eco-comunidades perfectas del futuro deberán estar sometidas por ecotecnologías perfectas.

La agricultura radical trae todas estas posibilidades a la luz del día; porque debemos empezar por la tierra, aunque sólo sea porque los materiales básicos para la vida son fruto de la tierra. Esto es una verdad no sólo ecológica sino también social. El tipo de práctica agrícola que adoptemos reflejará y reforzará, inmediatamente, el enfoque que usemos en todas las esferas de la vida industrial y social. El capitalismo empezó mimando y dominando la resistencia del mundo agrario tradicional a una economia de mercado. Nunca será plenamente trascendido a menos que se cree sobre la tierra una nueva sociedade que libere a la humanidad en el sentido más completo y restaure el equilíbrio entre sociedad y naturaleza.

Murray Bookchin 
Trad.: Silvia A.