Ya Adorno y Horkheimer pusieron de manifiesto cómo la racionalidad técnica dirige la industria cultural, de modo que el arte actúa desde su origen mismo como mercancía, confundiéndose con la publicidad, el negocio y la diversión, lo que se traduce en la apologia de la sociedad, puesto que divertirse significa estar de acuerdo. De este modo, señalaron que la industria cultural promueve una pasiva aceptación de lo existente. La illustración ha conducido al totalitariso y a la alienación, donde la industria cultural es la más refinada forma de dominación al servicio de la opresión. Se denuncia, en definitiva, la industria cultural por la mercantilización del arte que lleva a cabo y por su labor de mantener un estado de dominio.