El debate ideológico en el seno de los trabajadores es anterior a este gobierno y perdurará después de él. No puede debilitar la unidad en torno a los superiores intereses de clase. La lucha entre los demócratas partidarios del gobierno y de la oposición no puede llegar hasta facilitar la tarea de quienes quieren imponder el facismo.
Para sentar las bases de la nueva estructura económica y del Estado Popular, el gobierno cuenta con el impulso que le proporciona la fuerza social de los trabajadores. Ellos, dentro o fuera de la Unidad Popular, se esfuerzan y sacrifican por acabar con el sistema capitalista. Corriente profunda que, más allá de las discrepancias ideológicas, hace converger hoy a la mayoría de nuestros compratriotas.
Ante la realidade revolucionaria, el Congreso puede organizar al servicio de la reordenación del sistema economico-político. No debe preservar las viejas estructuras. Gobierno y Congreso podrán coincidir en el diálogo crítico aceca de nuestras necesidades más imperiosas. De no ser así, las presentes contradiciones del régimen institucional se harán más agudas.
El Gobierno Popular apela a la conciencia y sentido de clase de todos los trabajadores. Sus logros sociales, sus libertades políticas, sus organizaciones, su poder para desafiar a la fuerza del capitalismo nacional e imperialista, su capacidad para edificar la nueva sociedade, son grandes instrumentos. La reacción nacional e internacional pueden destruirlos. Pretenden arrasar las conquistas de los trabajadores. Ante una amenaza tan real y presente, los trabajadores no permitirán que se les use.